Ignorados y no invitados: el Reino Unido revela la insignificancia del régimen militar en Argel

En una comparecencia serena pero contundente ante el comité de relaciones internacionales de la Cámara de los Lores (audiencia completa publicada por Reuters), el ministro de Asuntos Exteriores del Reino Unido, David Lammy, expuso la postura británica sobre el reconocimiento del Estado palestino: el Reino Unido, afirmó, no responde a gestos simbólicos ni a presiones externas. Aunque reconoció los recientes reconocimientos por parte de Irlanda, Noruega y España, Lammy subrayó que estas acciones, aunque simbólicamente significativas, han logrado poco en la práctica. Para el Reino Unido, el reconocimiento debe formar parte de un camino creíble hacia una solución de dos Estados, no una maniobra política vacía. David Lammy confirmó que el Reino Unido, Francia y Arabia Saudita están en conversaciones activas sobre el reconocimiento del Estado palestino en junio de 2025. Una cumbre de alto nivel en junio de 2025, copresidida por París y Riad, y acordada durante la cumbre de la Liga Árabe en El Cairo el 4 de marzo de 2025, será un punto de inflexión en Oriente Medio. Si Francia y el Reino Unido —ambos miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU— cumplen, será un giro histórico con consecuencias a nivel global.
A ojos de la diplomacia mundial, Argelia ya no es un actor: es una reliquia. Y esta verdad incómoda aterra al régimen militar de Argel, porque revela algo más profundo, más corrosivo y mucho más peligroso que la oposición: el terror a la irrelevancia. David Lammy no necesitó criticar a Argelia; su silencio fue una clase magistral de exposición mediante la omisión, una demostración brutal de que el régimen no es temido, no es consultado, ni siquiera es notado.
Una consecuencia inmediata resulta especialmente vergonzosa para el régimen militar argelino. Mientras las verdaderas negociaciones diplomáticas se llevan a cabo entre pesos pesados globales, el régimen argelino ha pasado meses alimentando a su población con una campaña de propaganda que glorifica su asiento rotatorio en el Consejo de Seguridad de la ONU —una formalidad de procedimiento, no un logro diplomático. Aún más absurdo, ha presentado su presidencia rotatoria de un mes en enero de 2025 como si fuera una victoria estratégica, cuando en realidad no es más que una tarea de administración del calendario. Lo más humillante de todo es la ya infame declaración del presidente Tebboune durante la cumbre de la Liga Árabe de 2022 en Argel: “Déjenmelo a mí, yo me encargaré, es un asunto personal”. Hoy, esa afirmación queda expuesta en toda su vacuidad. Tebboune no solo está ausente de la mesa, ni siquiera es mencionado.
Este silencio no es solo una exclusión diplomática, es un recordatorio brutal de cuánto ha caído Argelia desde su antigua estatura. Durante su época revolucionaria en los años 60 y 70, Argelia fue un líder con principios entre los países No Alineados y del Sur Global. Luchó contra el apartheid, apoyó la descolonización y ganó autoridad moral en el escenario mundial. Antes de ser secuestrada por el régimen militar, Argelia estaba en el lugar correcto, en el momento justo, por la causa correcta. Esa tríada —una causa justa, el momento adecuado y el posicionamiento geopolítico correcto— dotó al movimiento de liberación argelino y al naciente Estado argelino de una legitimidad histórica poco común. Esa legitimidad fue tan poderosa que los ilegítimos no pudieron evitar apropiársela. Desde entonces, el régimen militar de Argel se ha aferrado a ese capital heredado, reciclando compulsivamente un legado que hace tiempo se convirtió en nostalgia vacía. Hoy, se aferra a causas como Palestina e intenta desesperadamente equiparar al Polisario con la lucha palestina, no por visión estratégica, sino como una especie de teatro político, esperando que el residuo de glorias pasadas aún le otorgue relevancia. Pero el mundo ha cambiado. Es rápido, fluido y complejo. Recompensa la adaptabilidad, no la inercia. La omisión de David Lammy no es solo un desaire diplomático, es una confirmación humillante: un régimen que alguna vez fue central en la solidaridad anticolonial se ha convertido en una pieza de museo, atrapado en su propia mitología, incapaz de adaptarse al mundo real, y aferrado a consignas obsoletas de una era que ya no puede resucitar.
Abderrahmane Fares.