Argelia

Nacer El-Djen destituido de la DGSI argelina

El general Abdelkader Haddad, alias «Nacer El-Djen», el derrocador derrocado. Su sucesor, el general de división Abdelkader Ourabia, alias Hassa, había caído hace catorce años. Tras pasar por la cárcel, vuelve a levantarse

El general Abdelkader Haddad, más conocido por su siniestro apodo «Nacer El-Djen», acaba de ser brutalmente expulsado del aparato de seguridad argelino. Su caída es tan espectacular como cruel: quien hasta hace poco reinaba como amo y señor de los servicios de Seguridad Interior tiene ahora un pie en la prisión militar de Blida, donde corre el riesgo de pasar una larga temporada.

¿La causa inmediata de su desgracia? El rocambolesco secuestro del escritor Boualem Sansal a su llegada al aeropuerto Houari-Boumediene de Argel, el pasado 16 de noviembre. Una operación que habría supervisado personalmente, basándose en un informe falsificado que él mismo habría transmitido al presidente Abdelmadjid Tebboune. En este documento falsificado, Haddad afirmaba que Sansal representaba una amenaza para la seguridad nacional y debía ser detenido inmediatamente y puesto a disposición de la justicia. Una justicia telefónica, evidentemente, en la que la ley se pliega ante las órdenes.

Pero esta vez, la estratagema se volvió contra su autor. Dentro del propio círculo, el clima ha cambiado. Las alianzas se mueven, las lealtades se disuelven, los ajustes de cuentas se suceden. Y aquel a quien se temía como uno de los ejecutores más crueles de la década negra se encuentra abandonado por sus compañeros. Peor aún: esta noche, si es que aún duerme en su casa, no dormirá tranquilo. Espera, en cualquier momento, el portazo de una puerta, los pasos en la escalera, el estruendo de un registro. Sabe que pronto lo llevarán a las mismas celdas donde, hace solo unos años, torturaba a inocentes acusados sin pruebas. La rueda de la historia gira, y no tiene piedad.

Cruel ironía del destino: Haddad corre hoy el riesgo de enfrentarse a interrogadores y jueces que ayer mismo le obedecían ciegamente. Esos mismos subordinados a los que dictaba la conducta a seguir, las torturas que debían infligir, las desapariciones que debían orquestar. El antiguo verdugo está ahora a merced de sus antiguos instrumentos.

Durante el Hirak, el levantamiento popular que sacudió los cimientos de la voyoucratie argelina, Nacer El-Djen sintió que el viento cambiaba. Sin pensárselo dos veces, se marchó a España, donde adquirió una lujosa residencia, comprada, según algunas fuentes, con el dinero de la sangre derramada durante la década negra: primas ocultas, malversaciones, liquidaciones. Un refugio dorado para un hombre manchado de sangre. Pero el exilio no duró mucho. Tranquilizado por la recuperación del poder por parte de las redes militar-securitarias, regresó discretamente al país. Supo hacerse útil, pasar desapercibido y luego reintegrarse.

En pocos meses, vuelve a subir peldaños, gana galones, se convierte en general de pleno derecho y se pone al frente de la Dirección de Seguridad Interior. Un puesto estratégico, desde el que accede al santo de los santos: el Alto Consejo de Seguridad, el círculo restringido de los máximos responsables. Cree haber consolidado su poder. Se cree intocable. Vuelve a pavonearse.

Pero esta ilusión de omnipotencia solo durará un año. Justo el tiempo necesario para que se rompa el equilibrio interno y los clanes rivales recuperen la ventaja. Y ahora se encuentra precipitado desde su pedestal, víctima del despiadado sistema que él mismo ayudó a construir.

La prisión de Blida, que tantas veces utilizó como instrumento de represión, le espera ahora. El hombre que encarnaba la sombra, el miedo y la fría brutalidad del régimen argelino se dispone a probar su propio veneno.

Un antiguo presidiario a la sucesión

Apenas expulsado el general Abdelkader Haddad, alias «Nacer El-Djen», de la dirección de la Seguridad Interior, otro personaje igualmente sulfuroso toma el relevo: el general de división Abdelkader Ourabia, más conocido por su nombre de guerra, «Hassan». Un nombre que inspira terror a quienes conocen los arcanos más oscuros del ejército argelino, ya que está asociado a las prácticas más brutales de los años de plomo.

La ironía es escalofriante: Hassan es un antiguo preso militar. Él mismo pasó cinco largos años en la prisión de Blida, la misma prisión que ahora acecha a su predecesor. Durante la década negra de los años noventa, dirigió el tristemente célebre escuadrón de la muerte del Centro Principal Militar de Investigación (CPMI) de Ben Aknoun, auténtico centro de tortura enclavado en las alturas de Argel. Allí se distinguieron los peores verdugos de los servicios de seguridad, entre ellos precisamente Nacer El-Djen. Una macabra filiación.

Antes de su caída en 2015, Hassan había ascendido en el Departamento de Inteligencia y Seguridad (DRS), en particular como jefe del Servicio de Coordinación Operativa y Inteligencia Antiterrorista (SCORAT). En aquel entonces era cercano al general Mohamed Mediene, conocido como «Toufik», todopoderoso jefe del DRS hasta su caída en desgracia.

Pero el viento cambia rápidamente en los oscuros pasillos del poder argelino. El 27 de agosto de 2015, Abdelkader Ourabia es detenido en su domicilio y trasladado al día siguiente al tribunal militar de Blida. Acusado de «destrucción de documentos» sensibles y «infracción de las instrucciones militares», es puesto en prisión preventiva. Su expediente fue trasladado al tribunal militar de Orán, de conformidad con el artículo 30 del Código de Justicia Militar, que estipula que un oficial superior al grado de capitán debe ser juzgado fuera de su zona de destino. Al término del juicio, fue condenado a cinco años de prisión.

Condenado, encarcelado y posteriormente liberado discretamente, hoy vuelve a ocupar altos cargos en el ámbito de la seguridad como si nada hubiera pasado. Una resurrección militar que dice mucho de la profunda decadencia del régimen. Como si, en un ejército de más de 520 000 hombres, no se pudiera designar a un responsable con un pasado limpio, una probidad intacta y sin antecedentes penales.

El regreso al poder de un antiguo jefe del terror institucionalizado arroja una luz cruda sobre el estado de una institución militar gangrenada por la impunidad. Confirma que, en la Argelia de los generales, la reincidencia no es un obstáculo para el ascenso. Al contrario: a menudo es una condición de lealtad. Los que tienen las manos manchadas de sangre se consideran más fiables que los que han mantenido las suyas limpias. En este ejército no prevalece la competencia, ni siquiera la disciplina, sino el pasado compartido en el crimen y el silencio.

El nombramiento del general Hassan no es solo una aberración judicial o moral. Es el fiel reflejo de un sistema cerrado, en el que las responsabilidades más delicadas no se confían a quienes protegen la nación, sino a quienes saben hasta dónde se puede llegar para proteger el régimen.

Por Hichem ABOUD

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